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Limoncello

Ammazzacaffè por excelencia, reconocido no sólo en Italia sino en gran parte de Occidente. Perfumado y fresco (se lo mantiene en la heladera), ideal para la sobremesa de verano. Para degustarlo sólo, crear sabrosos cocktails o sorbetes, acompañar helados de sabor frutal, preparar dulces o cremas especiales, siempre se encuentra una excusa para disfrutarlo.


Soy, como casi todos, una fan de la comida italiana. La enorme variedad de platos y bebidas que son parte del patrimonio culinario de este país, hace prácticamente imposible que, hasta los más reacios, no encuentren muchos de ellos que los sorprendan. Pero de todos, hay uno que jamás hubiera pensado que conquistaría mi paladar: el limoncello.


Antes de conocer Italia, el licor era parte de esas botellas del mueblecito en el que mi abuela guardaba las bebidas con alcohol, que jamás se me hubiera ocurrido siquiera oler. Me encantaban las botellas de licor antiguo… vacías. ¿Hubiera ofrecido un licor a mis amigos, después de una cena? ¡Ni loca! (entre otras cosas, ¡porque también mis amigos me hubieran mirado mal!). Y mucho menos, hubiera osado pedir un licor en un restaurante. Pues bien, mi primer viaje a Italia fue en un verano europeo: pleno julio. Así fue como, en una trattoria y después de cenar, además del café, me ofrecen el ammazzacaffè. Sí, literalmente, el “mata café”. El nombre no era muy invitante, pero dado que el resto de los comensales con los que compartía la cena aceptó la oferta, decidí arriesgarme y asentí. Así, conocí el limoncello.


Estrictamente hablando, se llama ammazzacaffè al vasito de licor que se bebe después del café, al finalizar la cena, para “matar” el sabor (fuerte) que queda en la boca. ¿Y de dónde viene este hábito? No es más que la versión popular de una costumbre de las clases aristocráticas: en las familias nobles, después de la cena, los hombres se reunían en otra habitación, a fumar, tomar cognac o brandy. Hoy en día el ammazzacaffè se sirve en la mesa, después de cenar o almorzar, y generalmente se ofrece un amaro (bebida alcohólica realizada con hierbas o frutas, con propiedades digestivas) o un licor de la tradición local. Sí, pues licores, hay muchísimos: según la zona y los ingredientes típicos del lugar, es el licor que encontramos. De todos ellos, el limoncello tiene el honor de ser uno de los licores preferidos en Italia, y el licor italiano más difundido en el mundo, compartiendo el podio con otra bebida, italiana, pero que en nuestra tierra conocemos bien: el Fernet Branca (ya te contaremos de él en otro post).


Historias probables

En cuanto a los orígenes del limoncello, según Federvino (la Federazione Italiana Industriali Produttori, Esportatori ed Importatori di Vini, Acquaviti, Liquori, Sciroppi, Aceti ed affini) el limoncello nace en la Costiera Amalfitana a inicios del 1900. Allí, en una pequeña pensión de la Isola Azzurra, la señora Maria Antonia Farace cuidaba un lindo jardín de limones y naranjas. Su nieto, en el período de la postguerra, abre un bar cuya especialidad era, justamente, un licor de limones realizado con la antigua receta de la abuela. Y en 1988, el hijo Massimo Canale inicia, a su vez, una pequeña empresa de producción artesanal de limoncello, registrando la marca.

Pero en realidad, también en Sorrento y Amalfi, conservan leyendas y anécdotas sobre la producción del tradicional licor amarillo. Una de ellas, cuenta que las grandes familias sorrentinas, a inicios del ‘900, ofrecían siempre a los huéspedes ilustres una degustación del limoncello realizado siguiendo la receta tradicional. En Amalfi, hay quien sostiene que el licor es de origen tan antiguo como la producción del limón en la zona. Como siempre en estos casos, la verdad es “una nebulosa y las hipótesis son muchas y sugestivas”.


Licor de limón

La receta prevé que, para poder llamar al licor limoncello, los limones provengan de una específica zona de la costa amalfitana (el área comprendida entre Vico Equense y Massa Lubrense, o de la isla de Capri). Como no siempre es fácil conseguir estos frutos (e imposible en Argentina), aquí les dejo la receta de un “licor de limón” que, si estamos atentos a la elección de los productos, no tendrá nada que envidiarle al mejor limoncello amalfitano. Para ello, es esencial que los limones, además de tener una linda cáscara, provengan de plantas que no hayan recibido ningún tratamiento pesticida (como los que provienen de las plantas de los jardines de algún pariente o amigo) o sean de cultivación biológica, pues lo que usaremos será solamente la cáscara.


Ingredientes:

1 lt. de agua

500 ml de alcohol puro al 95%

6 limones grandes

800 g de azúcar


Procedimiento:

Lavar y secar bien los limones. Pelarlos, con un pelapapas o cuchillo bien afilado, quitando sólo la parte amarilla de la cáscara. Es importante no utilizar la parte blanca, que es amarga, para que no contamine el sabor del licor, y resulte equilibrado, dulce y bien perfumado.

Colocar las cáscaras y el alcohol en un recipiente de vidrio que se pueda tapar. Dejar macerar en un lugar seco y preferentemente oscuro (o al menos, al reparo de la luz directa del sol) por 5/6 días.

Finalizada la maceración, el líquido que veremos será de color amarillo. A este punto, colocar en una olla el agua y llevarla a punto de hervor. Agregar el azúcar y revolver hasta que éste se disuelva. Reservar.

Filtrar el líquido macerado, quitando las cáscaras y eventuales impurezas, y agregarle el agua con el azúcar disuelto. Mezclar bien, embotellar, y llevar a la heladera.

Dejarlo reposar 15 días antes de consumir. Conservar en heladera o freezer y servir bien frío.


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